COCUYAE EN TIEMPOS OSCUROS

CRIATURAS INSÓLITAS O DESAPARECIDAS

COCUYAE
Phyphorus noctilucus

Es cierto, cocuyae mío: la temporada es dura, dura y magra en toda la extensa latitud del planeta. Dura y cruel, si lo prefieres. No hay col, amado, no hay ajo, amado, no hay siquiera una rodaja de cebolla al final de las esperas. El banal caviar o el helado de vainilla es un lujo que no se pueden dar todas las hormigas. ¿Quieres limpiar tus dientes? No hay pasta dental, no hay cepillos y también además tus dientes se extraviaron y no son más que simples huesecillos del recuerdo. ¿Deseas beber jugo de toronjas o manzanas? Escasean las toronjas y manzanas. ¿Chupar quieres un bombón de chocolate o un pirulí de miel? Ya no los fabrican para ti, porque el huracán de las exportaciones bate en otras direcciones. A veces, es verdad, se fabrica agua para botarla al mar o se extraen petróleos que también se van luego en unas absurdas  vacaciones al mar.  Es cierto, es verdad, no te desmiento, oh, cocuyae de mis entrañas. Nadie lo niega, es cierto y real o real y cruel si lo prefieres. Pero propongo, para que estos maléficos tiempos no nos quiten más ni nos castiguen tanto, atravesar los años de la forma más risueña y amena, contándole briznas a la yerba, desenganchándole vagones a la locomotora, dinamitando con paquetes de té los cúmulos de sombra. Somos dos multiplicados por nuestras vísceras y orejas, dice Pablo, por nuestras narices y cabellos, dice César, por cada uno de nuestros ojos y manos florecidas de dedos, dice Bertold. Somos irreductibles, cocuyae amado, y lo seríamos incluso en el propio cadalso, incluso bajo las luminarias cegadoras del día, incluso con la lengua afuera cuando los verdugos aprieten los cuellos o el gatillo por simple gusto de ver languidecer. Apurémonos en sacar la lengua por nosotros mismos, no como sufrimiento sino como placer.
Vámonos, amado, a tragar con fingido y real esmero, nuestros panes de humo y nuestras leches de suspirar.

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