Tres en una taza, ¿o cuatro?

¿— la desaparición de la memoria en

un país que invoca su historia con la misma insistencia que

la niega?

Luis Manuel García

 

Insisto: el protagonista de las obras de Froilán Escobar sigue siendo el lenguaje. Puede que la novela Tres en una taza-que acaba de publicar Ediciones Bagua, en Madrid-, trasmita un matiz ensayístico; quizá la incursión en el inconsciente, que implica ese desdoblamiento de sí mismo en dos vertientes,la conviertan en una pieza sicológica; algunos pensarían que la apoteosis definitiva de ese viaje en “guagua” que une a tres personajes en un debate de identidades, es portadora de varios elementos del thriller;otros recibirán el hilo del relato como un texto biográfico; la mayoría, creo, la va a tomar como un ejercicio literario de gran alcance en el cual conviven la poesía y la prosa tanto como lo hacen Tú, Yo, B, en términos que a veces recuerdan la crónica y otras hacen uso del más poético monólogo interior o muestran los vericuetos reflexivos en sus variados planos.

Pero al margen de cualquier clasificación, encasillamiento tal vez, Tres en una taza es una escritura libre y lo que la hace libre es el lenguaje. Sólo él puede trasmitir con tal intensidad sentimientos y emociones ligados a hechos reales, tanto como irrealidades y fantasías vinculados a la imaginación. Sólo ese particular lenguaje, que ya es estilo en Froilán,es capaz de penetrar el laberinto sicológico que se abre en dos protagonistas enfrentados en un combate por la inspiración-mujer que desean ambos amantes, y, adicionalmente, incorporar a la “guagua” como un mirador humano, inasible para los censores, desde el cual se contempla el deterioro contextual y se asumen los dolores de las despedidas. Un recorrido por la ciudad de calles íntimas, incrustadas en ese sistema circulatorio que nos mantiene despiertos frente a la lectura.

El lenguaje funciona entonces como un factor adictivo que engancha al lector hasta el final, para saber qué pasa con estos tres, incluso cuatro. El lenguaje obliga a disfrutar la descripción de los últimos momentos de Lezama, su tránsito hacia la muerte, con un desenfado que evade las lamentaciones, tal como él habría querido.

Novela de homenajes y de críticas. Saldo de una generación que hoy ha tomado el deber de preservar, incluso rescatar, la memoria; retomarla, para legar el testimonio de su experiencia a quienes habrán de juzgar lo que pasó, lo que nos pasó, sin haberlo vivido.

Novela de pensamiento y de expresión de esa necesidad de mirar la realidad desde varios ángulos para poder recuperarla, completarla, finalmente comprenderla, porque sin hacerlo hay una generación, la del autor, que no podría seguir su camino. Porque de lo que se trata es de encontrar respuesta a las mayores preguntas que muchos nos hacemos: ¿Por qué hicimos lo que hicimos? ¿Porqué nos entregamos, gozamos, creímos, convocamos, participamos, luchamos, construimos, disfrutamos, amamos, militamos, soportamos? ¿Por qué fracasamos? ¿Renunciamos? ¿Por qué?

Estos personajes responden a algunas de esas preguntas. Uno desde la realidad, el otro a partir de lo imaginado. La verdadera metáfora yace en B, la inalcanzable B, la soñada, ¿será una mujer?, ¿será la inspiración?, ¿una causa?, ¿o todo a un tiempo? La B que este autor nos pone delante tiene la posibilidad de ser creada, porque se trata de la quimera particular de cada quien. Su enigma,añade a la novela una puerta a la participación del lector en ese recorrido provocador que se proyecta al describir,en el diálogo continuo de los dos ramajes de su protagonista, los variados ángulos de un mismo camino. El intercambio establece las diferencias al tiempo que ilustra la observación de la realidad sufrida y la realidad imaginada,para arrojar una visión que se completa en un punto único: B.

Ese punto B que encarna lo imposible y, pese al clímax del ayuntamiento definitivo, es depositario de la frustración y el dolor ante lo que fue inalcanzable. Ese punto, que en su reflexivo silencio intenta descifrar la injusticia frente a una condena sin causa; porque el propio autor se niega a aceptar, por inverosímil, un pecado que sólo es explicable en la apología, el culto a la personalidad, la condición del intocable. Y el Yo escritor es acorralado en ese rincón adónde van a parar “los criminales que no han cometido ningún crimen”, tal cual dejó dicho el gran Vasili Grossman en ese tratado sobre el totalitarismo que es su novela Vida y destino.

Lectura para todos, pero imprescindible para aquellos que creen que olvidar es más sano, cuando lo verdaderamente curativo es recordar. Porque sólo la memoria hará útil la experiencia vivida como parte de esa historia integral que debemos recuperar entre todos, sin omisiones, sin ausencias, sin censura.

 

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