El pintor de batallas, Arturo Pérez Reverte

La frialdad temible de la fotografía de guerra, la soledad de quien la ha ejecutado y la pasión infinita de apretar el obturador ante una imagen tal vez única se enlazan en las páginas de esta obra de Reverte, catalogada por muchos como la mejor lograda de sus novelas. No sé si es cierto, y no siempre me sentí cómoda con el libro, es mi verdad.

La trama transcurre en dos tiempos diferentes de la vida del pintor de batalla: sus 20 años como fotógrafo de guerra, y el intento, 10 años después, de pintar en un mural de un faro olvidado la imagen que nunca pudo retratar, la imagen de la vida y la muerte.

A ratos parece que el protagonista, en sus dos tiempos es, también, dos personajes disímiles.

Una historia de amor pervive, terrible y bella; es quizás lo que hace humana esta novela que me provocó pesadillas durante una semana completa, en la que sin embargo no podía dejar de sentir esa felicidad desacostumbrada de cuando el lente captura una cuadro para la posteridad.

Arte y guerra se conjugan en este libro, como si a veces se tratara de una misma cosa. La textura rugosa y descarnada de la historia, de la foto, del gran mural del pintor de batallas, termina por hacerse cotidiana.

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