Foto de la tía
En vísperas de un largo viaje
Hace casi un año de aquel encuentro en la Ciudad de la luz, a la que, confieso, no creí regresar tan pronto. Pero pasaron tantas cosas en ese casi un año, que cuando hago el recuento mental no me parece posible.
Cerraron los dos proyectos profesionales más importantes en los que he trabajado. Uno la revista Inversionista, porque fue mi hijo primero y el que me forjó como editora; el segundo, la revista Cómo Funciona, porque es el que más me ha gustado. Cerraron conmigo a dos magníficos equipos de trabajo, amigos y compañeros junto a los que fui feliz, y junto a los que pasé los mejores momentos y también los terribles días de la incertidumbre.
Alguien tuvo la osadía de romperme el corazón y dejarme malherida, en un proceso de sanación de esos que nunca se sabe cuánto dura. Despedí nuevamente a buenos y entrañables amigos, que se llevaron un pedacito de sol. Escribí algunas líneas más. Me escribieron algunos versos magníficos. Volví sobre los pasos de ese libro que garabateo hace años y nunca está del todo listo. Se me ahogaron en la garganta un suspiro y dos, y volví a decir aquella frase que es mi vida: “hay que seguir andando”.
México me aceptó definitivamente como residente, y los anhelos de viajera han vuelto a mis pies, como si fuera la primera vez, como el preámbulo de aquel viaje nunca realizado, que me espera a las puertas de un avión y al contacto de los ojos con realidades, conocidas o ajenas, pero que mis pasos ansían.
Ha sido un año largo, si me dispensan esa pequeña licencia literaria. Ha sido un año muy largo, que se me fue entre las manos. Lloré, pero reí; grité, pero canté; aguanté la respiración y cerré los ojos, esperando que el dolor pasara, pero fui inimaginablemente feliz; conocí gente fea, pero también alguna gente hermosa de la que hace descubrir en la vida el idilio.
Mañana parto a la Ciudad de la luz, y espero que a otras ciudades nuevas. Me llevo un par de libros, la poca ropa que mi prima me concedió meter a la maleta, con el fin de que me quepan también los recuerdos del camino, un par de recuerdos recientes y muy bellos de esta ciudad ya mía, y el deseo de encontrar lo abandonado. Me llevo la magia desgarradora de vislumbrar algunas de esas alegrías perdidas, de reencontrar la luz. Y la luz está en la pupila de una niña de cuatro años que en unas horas más espera mi llegada a París.
Llévate lo que a bien te ha de alimentar. Si las maletas van cargadas de vida, qué importan las aduanas cotidianas que filtran (o intentan) nuestros sueños? Sírvase en varios tragos aquella ciudad con toda luz y otras que quieran venir a ti…hace rato vas en ellas y por ellas. Feliz porque la única gabiota que conozco con “B” en mi paisaje vuelve a la aventura del viejo y mágico continente. Unos ojitos te esperan en medio de tanta dicha amorosa. Buen viaje, digo…vuelo!
Esta ciudad que te ha adoptado te despide y espera volver a verte pronto. Que tengas encuentros dichosos, que camines por ese París tan caminable, que el idilio que te visita ilumine tus ojos. Hasta entonces.