A veces tú, tan cercano
Y a veces tan distante
Que no puedo rozarte ni con el pétalo
No de una rosa, de la imaginación
A veces, yo toda de ti…
Otras, tan sola, tan sola
Como abandonado el mar
En el remanso de los intensos crepúsculos
Quedo, entonces, despojada de todo
Huérfana, miserable
Ardiendo de pasión no consumada
Con las viejas penas atragantándome las sienes
La garganta, las mucosas y las glándulas de querer
Camino así, sola, en la noche
Con las vestiduras de haber llegado al mundo
Y me pierdo en los tiempos de nadie
En los tiempos que nunca fueron míos
A esperar que el sol regrese al horizonte
Pienso, temo, imagino que volverás
A este amor que quema las entrañas
A esta mujer abierta a seducciones
A estas tardes frívolas y devastadas, sin ti
Estas líneas quebradas forman versos y son poesía.
Esa ansiedad, ese vacío, describe un hambre
que estamos destinados a compartir.
Todos tenemos tardes como esas. Solo cambian los nombres.
Porque el hambre es de alguien y ocurre dentro de nosotros.
Dos polos indispensables que rara vez se alinean.