Este lunes 15 de abril me preocupé mucho al saber de las explosiones en el maratón de Boston, justo en la línea de meta, por todos los que pudieran resultar heridos y muertos, pero sobre todo porque un gran amigo, cubano, pero que como yo vive en México, correría allí. Gustavo estaba muy emocionado con los 42 kilómetros de Boston y yo quería con todo mi corazón que le fuera bien. Pasó un rato grande antes de que sus amigos tuviéramos noticias suyas tras las explosiones. Esta vez FB fue una excelente herramienta contra la angustia. Por ahí nos manteníamos al tanto unos y otros, todos sus amigos, aunque yo en lo particular no conocía a la mayoría de ellos. Este miércoles, Gustavo publicó por la misma vía el relato de su carrera y los sucesos allí ocurridos. Le pedí me permitiera publicarlo en el blog, porque me parece que es una historia que merece mucho la pena ser compartida. A cambio sólo me pidió un beso y me gané un te quiero. Así es que casi sin costo, aquí les paso su relato:
Por Gustavo Borges
El cuento que debo
En el kilómetro 33 mis piernas se rebelaron y se negaron a seguir. Fue ahí la primera vez que le confesé a Pau que me sentía mal, pero que había dos cosas que mientras estuviera consciente no iba a aceptar, una abandonar, otra caminar. Entonces sentí un empujón de adelante hacia atrás, experimenté una salida de mi cuerpo que duró centésimas de segundos y supe que allí estaba, sin número, metida en la carrera de manera tramposa, sucia y oportunista.
Mrs Wall es como la bruja que sale en la curva de La Herradura en las afueras de Matanzas, la ciudad cubana donde nací. Dice la leyenda urbana que es una vieja que se aparece de madrugada en el medio de la calle, los choferes evitan atropellarla y al girar se van por el barranco de la curva. La señora Wall es más traicionera aun y ayer cuando me empujó necesité que Paula estuviera al lado, no para ayudarme porque eso no se permite en una carrera de 42 km, sino para que me guiara con su sabiduría de niña.
Me habían hablado de la colina de los corazones rotos, pero no de la de los pulmones rotos, los riñones rotos y el hígado roto. Eran cuatro una detrás de otra y las bajadas minimizaron la energía de mis piernas que empezaron a parecerse a esas esponjas que venden en el súper. Entonces acudí al mantra con el que ayudé al Artur Soler en 2010 y hablé mucho con Ana Paula con quien corrí todo el maratón más hermoso de mi vida. En la primera mitad de la carrera tuve tiempo para enviar mensajitos a más de 400 personas que quiero mucho y otras que ni conozco, hasta el 25 fue una fiesta correr tomado de la mano del niño que fui, pero la gran experiencia fueron mis 9 km finales.
Siempre tuve desconfianza de los que aseguraban que hay momentos en que el cuerpo se detiene y no se puede hacer nada. Yo decía, la voluntad lo puedo todo. Este lunes entendí cómo va la cosa y me reconocí como un corredor de maratón más humano y menos orgulloso. Es llamativo que Boston sea la carrera ideal para presumir porque es selectiva y a mi me haya servido para ser más humilde, para aceptar algo que un día iba a suceder, que iba a dejar de mejorar de un maratón al otro.
Disminuido me limité a dar órdenes al cuerpo confiado en la teoría de Murakami, quien corrió Boston en 1994, de que los músculos son como un animal al que se puede domesticar. No tuve dolores, Mayní se portó como lo que es, una niña divina, pero sentía un malestar general. Al llegar no ví la línea, pero estaba el cartel y allí me dieron la medalla. Le di un beso al unicornio y le dije algo, pero me interrumpió el médico empeñado en ponerme en un sillón de ruedas. Le dije que yo estaba muy bien, pero él veía que no podía caminar. Le dije cualquier cosa, que estaba agradeciendo, meditando o qué se yo. Y me dejó tranquilo.
Metros adelante agarré la bolsa amarilla y me comí todo lo que me dieron con una liga de sabores dulces, salados, ácidos que me empezaron a poner en mi sitio. Ya mejor me fui a ver a mis mexicanos en la letra M del punto de reunión. Entonces escuché el ruido brutal, pero jamás lo asocié a una bomba. Allí se volvió a aparecer Mrs Wall, esta vez de manera cobarde con las pezuñas llenas de tierra y una guadaña afilada. Lo demás que pasó todos lo saben.
Hay una frase que ni sé de quien es porque se la atribuyen a varios: “Amigos y nadie más. El resto…la selva”. Este lunes en el que gané mi medalla más valiosa, he tenido un trofeo mayor al entender que mi selva personal es muy pequeña gracias a los amigos que me sumieron en un estado de impotencia porque no pude contestarle los mensajes. Estoy conmovido por el amor y quiero agradecer en estas letras en las que a cambio de la generosidad, prometo ser un poquito menos egoísta.
Me queda mucho por aprender de la carrera de maratón y hoy sé que volveré a clasificarme a Boston y arreglaré la cuenta pendiente con la pared. Antes Lázaro Pereira Velázquez tendrá que explicarme cómo se entrena para correr 20 km de bajadas, pero más que eso deberá darme tips para acabar con una incapacidad que me limita a la hora de un 42 con 195. Yo que lloro hasta con la película de Forrest Gump llevo tres llegadas a la meta y en ninguna de las tres he podido llorar, en la primera porque Sandra Davila me mandó a posar para las fotos, en la segunda porque debí escoger entre llorar y respirar y el lunes porque no tenía líquido en mis ojos. Es algo que no logro entender porque la meta del maratón es el mejor lugar del mundo para llorar, según un sabio del maratón, German Silva.
Después de la tina de hielo los dolores del cuerpo bajaron. En el aeropuerto me tomé con mi amigo NaIn Morales una cerveza Samuel Adams, la favorita de Haruki, y decidimos no olvidar nada de lo ocurrido porque Boston nos ha enseñado un atajo en el camino hacia la alegría, que tendrá que regresar. Ahora estoy en Chicago. Mi hermano y su familia me llenan de cariño y por fin puedo contestar mensajes. Empiezo a estar bien y creo que en cinco horas comenzaré el camino de regreso a la paz. Lo iniciaré cuando la niña más hermosa del mundo, Ana Pau Borges Puga salga de la escuela, me conteste el teléfono y tengamos una llamada tal vez muy corta, pero llena de amor.