Cuervos estremecen el día:
de noche cierran ojos y se tapan con sombras.
Cuervos grandes, desbordados,
a punto de zopilote.
Cuervos y cuervas y cuevas íntimas.
Cuervos sobre mi ayuno afilando
apetito y su único diente. Maldito cuervo
robó sombrero y maletín. Robó miel
de un buñuelo y de contra el buñuelo. Y
un calcetín solitario. Y mis llaves.
Cuervos descubren inteligencia. Caen
por pendientes de nieve y se desternillan
de risa. Aquel parece Chaplin sin bastón.
Aquel arrastra sus restos mortales
y los posa en una rama cercana (añoro,
por cierto, escribir algo que haga inmortales
mis restos mortales).
El cuervo sacaojos es otra cosa. O.
Es el mismo cuervo sacacuervos: subespecie
corrupta. Y no saca ojos sino sueños
que albergan ojos.
La curva del tiempo se desliza
sobre los cuervos: también son hijos
de Einstein y los dioses.
¿Qué estrella oscura del día será el cuervo?
Cavo mi tumba, con alas y dedos alterados,
pero ahí, en ese tosco hueco, no cabrían
mis restos deletéreos. Vivo dando tumbos
entre coles. Y las colas de mis colegas.
Me encorvo y encorvo y más parezco
un cuervo combo, pero quedo a medio tamaño
de mi curvatura.
Sol me tizna el pico. Camino lo empolva.
Tormenta cubre con su manto freático.
Alas de cuervas traidoras me ponen fosca
la mirada: Eva me consolará. Duermo en torres
de hollín. Practico carroña con mis uñas
en madrugadas alucinantes y al borde
de aguas albañales. Parezco el Alan Poe
que juega
a caer por una pendiente de carbón.