La natilla se adormila candorosa: el plato

la cuida manso y ella reposa sin presentir

el apetito.

 

El pétalo expande su púrpura infantil.

No adivinar que existen atardeceres

y luego un último atardecer demoledor.

 

Ingenuidad es más ingenua durante

los primeros tiempos.

 

Pero se sabe, de antaño, que ocurren ingenuidades de los primeros días y más tarde ingenuidades de las postrimerías.

 

Algunos son ingenuos por falta

de madurez, pero la madurez es también

una ingenuidad de cabezas arrastradas

al borde del colapso.

 

Viejos habitantes asesinan o sucumben

por amor, cuando nuevas generaciones inauguran el sentimiento de gemir el amor.

 

El cine repartía ingenuos tortazos en época de relatividad, existencialismo, Gregorio Samsa y guerras mundiales.

 

La ingenuidad siempre recomienza.

Aun cuando la ingenuidad de otros declina

y toca tierra de regreso.

 

La ingenuidad auténtica fructifica y funda

sin dejar retrasados o secos a los propios ingenuos o menos ingenuos.

 

La ingenuidad de cualquier candor es preferible a la experiencia que madura falso y blasfema del candor y la ingenuidad.

 

Mientras envejezcas y madures

se espera que todavía logres mirar atrás

con cierto ingenuidad.

 

En resto de esta oda a la ingenuidad

la debes imaginar tú. Creer saber todo o casi todo sobre ingenuidad resulta demasiado ingenuo. Y una perversa muestra de madurez.

 

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