TAZA DE SILENCIO
La noche debería tomar su cuchillo y raspar de mis huesos estas costras de cansancio,
poner sueño de por medio entre el insomnio y la mañana,
limpiar como un río de mis ojos el deseo.
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Esta noche tendría que buscar mi rincón en la cama como un muerto en su sepulcro,
deshacerme como nube de azúcar en la boca del olvido,
diluir mi pensamiento a cucharadas en una taza de silencio.
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LA VIDA EN PROSA
Cómo se extrañan aquellos tiempos en que todo en la vida era prosa,
cuando las hojas de los árboles tomaban su paracaídas y se lanzaban desde las ramas
en un descenso tan lento hasta rebotar en el fondo del alma,
cuando nos dejábamos el cabello largo hasta que una mujer lo cortaba
mientras nos besaba bajo el reflector de la luna y nos hacía perder la juventud.
Entonces qué satisfactorio era dejarlo crecer otra vez y
con la lozanía recuperada
derribar las columnas de todas las peluquerías.
Ah, la vida en prosa.
El aroma de la música llegaba a nuestros oídos mucho más rápido que a la vista
y nuestro cuerpo con su sombra cabía sin problema en una nube individual.
La vida en prosa arribaba a muchos puertos
pero el gran favorito era aquel sábado por la noche
que parecía extenderse tanto como los brazos abiertos del verano.
La vida en prosa transcurría sin comas ni puntos suspensivos
y la ortografía de nuestro corazón todavía no se preocupaba por taquicardias mal escritas.
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MENOS GRASA, MÁS MÚSCULO
De tanta sed
las palabras se marchitaron en la boca.
El alma se llenó de alambres y de ligas
en el intento de enderezar sus ramas.
Tejía el sol su telaraña
para atrapar los sueños que aleteaban detrás de las puertas,
en la oscuridad de la escalera,
atormentados de insomnio,
moribundos de hambre por no inyectar su pesadilla
en los momentos más tristes de la noche.
La mayor preocupación era
el dolor de masticar la dureza de las horas,
el volumen del espíritu retumbando hasta distorsionar el color del arcoíris,
el sábado iluminando la existencia hasta casi hacerla bella, joven, deseada,
la gordura del verano que no conseguiría
que la sonrisa se moviera un miligramo.