¿Por qué hoy, esta noche, allá arriba o allá abajo, con ilustres parpadeos, las estrellas lanzan tantas señales siderales, y por qué ese viento universal, ingrávido y frío, particular, lo empuja a interrogar tanto a su propio corazón y le revuelve con tanto temblor las tripas del estómago?

¿No le alcanzan sus tres mil libros a entera disposición, de cualquier género, drama, comedia, poesía, ciencia-ficción, eróticos, fantásticos, policíacos, cuentos, novelas, ensayos además, para llenar noches de pesadillas y aflicciones, así como también la gruesa, documentada y selectiva biblioteca médica?

¿Y la hermosa Cloe, ojos de terciopelo y aterciopelado mirar, boca de fresa, manos de acariciar, con lengua de anguila o águila y salivas y dientecillos de animal doméstico, no logra ya traer calma a su pecho, aun cuando el amor sigue, continúa sin dudas y sin treguas, animando la sangre?

¿Su amada Cloe, como antaño, como siempre, como ayer, no puede con besos-mordidas o beso-succión o besote-picotazo, de esos apresurados y lentos en que es artífice, extraerle el veneno amarillo de su desazón y aliviar provisionalmente las borrascas de cabeza, arrancarlas de ahí, de un tirón, concediéndole algún sosiego más para hallar las causas invisibles que golpean el ánimo y la totalidad del ser?

¿!Eh, qué, carajo, por qué!? ¿Por qué aquel martes en que, según los papeles y almadraques, la suerte estaba sentada de su parte y el biorritmo iba en ascenso, debía invadirlo una racha de añoranzas y nostalgias tan arrasadora y las morriñas se aferraban como serpientes al cuello y las paredes caían derrumbadas en su regazo, y la melancolía metía profundo pico, seguido y constante, hasta sacarle afuera antiquísimos recuerdos y olvidos, olvidos y recuerdos venideros?

¿Mentía, una vez más, con toda fuerza, el maldito horóscopo, o las aspas de su reciente agonía eran capaces de retar y vencer a los astros en movimiento desde hacía tanto tiempo? ¿Sería fraude, eh, otro fraude del mundo, del papel oficinesco sacado de computadoras, a partir de una fecha de nacimiento, que dice que en octubre 20 tus energías físicas, emocionales y mentales, van a subir a tope, descuartizando mediocridades y desvelos, o sucedía que el mal improvisado olas podía derrotar ese destino personal que se asienta en vasos linfáticos y jarras sanguíneas desde hace 300 mil generaciones?

 

¿Además de las fuerzas desconocidas y conocidas que rigen el universo, hay otras aún más anónimas, misteriosas, enigmáticas, irreverentes, provocadoras y tiránicas, que tiran al suelo cálculos y prevenciones racionales y hasta ciertas intuiciones y creencias generalizadas?

¿Aquel dolor pegado a la raíz de los cabellos era un mal físico, o la neuralgia atroz provenía de fuentes ocultas, de meandros remotos, de escondrijos del alma?

¿Qué, qué, qué coño? ¿La luna aquella, redonda como analgésico, primeriza y colmada, atiborrada de luz, reinando en el descampado, semejante astro cenital en imperceptible rotación, viajera preeminente del firmamento sujeto a expansiones, sería acaso parte del embrujo que engarrotaba pies y sembraba garfios y alfileres en sus sienes?

¿Semejante luna embrujada, sevillana y gitana, era hueco o el abismo que le ordenaba saltar al barranco?

¿Por qué el rostro perdía color y en la lengua se instalaba de súbito un nefasto sabor a fruta podrida, y en sus fosas nasales el aire se negaba a entrar fluido y daba tropezones con pólipos y corales muertos?

¿Ese frío que le secaba la garganta, qué era: amígdalas sumándose al complot, garras de bestias invisibles llegando no se sabe de qué submundo ignominioso?

¿Luchar cómo contra tantos extravíos y dolores, resistir cómo a la daga que insensible la madrugada hundía en su rechoncho cuello, entre clavículas, como si alguien en algún paraje decidiera escarmentar sus pecados o falta de pecados, pensamientos lascivos y la inamovilidad espiritual y laboral que lo tironeaba?

¿Y luego respirar con esa estaca ahí, tan parecida al asma metálica que no logra aplacar ninguna píldora o spray?

Pero ¿castigarlo a él, al él, a un hombre, hombrecito, al que previamente la vida impidió el acceso a grandes pecados, privó desde el inicio de imprescindibles alcances y carismas, los mínimos, para sortear vados, ajenos, gruesos o ingruesos, a veces tan intangibles y remotos, donde mucho aguarda para ser disfrutado por elegidos: inmensos placeres, orgiásticos disfrutes, inefables pecados de la carne o del poder?

¿A él, a él, circunscrito a poco terruño, lector infatigable, contemplador de estrellas, compasivo criador de aves y reptiles, gatos y batracios, hijo noble, amante sensiblero y conmovedor, criatura andariega de montañas y ríos siempre no muy lejanos ni caudalosos?

¿A él, por qué a él, porqué siempre a él y a las mismas horas y en el mismo lecho?

 

¿A él, Athos Núñez, hijo de Athos el herrero, nieto del Athos diestro espadachín y mosquetero audaz, bisnieto del Athos que se resignó a la hoguera para no dejar que ardieran sus verdades, tataranieto de Athos El Viejo, hombre también reducido al mínimo esplendor, a la economía de fuerzas y hermosuras, gentes todas ellas que se fatigaron en tareas de pasar inadvertidos por los senderos, aun cuando no lo lograran, misión que él, él, había heredado sin más ni más y cumplía con el menor sufrimiento posible y tratando de extraer a sus experiencias la mayor humildad y resignación, así como la máxima satisfacción?

Si ahora, ahorita, solo hace l5 minutos, Cloe le había proporcionado goces de amor, sexo de piernas escarranchadas y sexo oral humedecido con lengua hasta dejarlo repleto de goces y vacío de deseos, y hace apenas un minuto se embebía todavía en una impecable selección de versos, escritos en los siglos XVIII, XIX y XX, y él mismo, en persona y de su puño y letra, había escrito octosílabos rimados, como resultado de numerosas vivencias agolpadas y mezcladas, ¿por qué ahora se desgarraba y lloraba sin lágrimas, y sin sombra, y parecía hundirse en el insondable pantano, tragando pestilencia inenarrables?

¿Su cruz era padecer luego de libar mieles y padecer cien veces entre una libación y otra? ¿Por qué le molestaba tanto este sombrero de liviana pajilla y el ligero chaleco de poplín, por qué parece oprimir sus costillas, si antes lo escogió con refinamiento por la suave comodidad y el contacto cariñoso?

¿Lo atormenta el hecho de que, ¿es eso, Jesús? De que desde hace 3 generaciones, los enanos dominan infranqueables su familia. ¿También un retoñito tiernísimo de él y la espigada Cloe, su amada Blanca Nieves y su entrañable Bella Durmiente, continuaría nutriendo el mundo de enanos y perpetuando la maldición que se mide en centímetros y que cuanto más pequeña, resulta mayor la maldición y más grande y lacerante?

¿Debe arriesgarse a tener descendencia, y si no debe arriesgar, por qué cada día se acuesta erecto sobre Cloe y la penetra con avidez insana, cavando y cavando hondo, haciendo pozo hacia el centro de la carne, como buscando rostros al amor y una salida al ciego topo de su erotismo?

¿Cuándo llegarán respuestas para sofocar estas incertidumbres que me atenazan a diario? Oh. ¿Por qué la soledad, ataviada de cuerdas y…?

Athos sollozaba. Y no sollozaba. Luna exige gárgaras y asfixias y atención cenital. Los astros allá afuera, desprendiendo chispas, reclamaban una sustancia inmaterial y un debe y haber indefinidos, rutilantes y obscureceres y deslumbrantes y cegadoras a un tiempo.

Sí. Otras mil preguntas sobrevendrían.

Pero antes, para no dar oportunidad a garfios y alfileres , se deshace de sombrero y chaleco, además del resto de la ropa, incluyendo anillo romancero, con falsas esmeraldas, que lo ataba a Cloe. Y saltó y corrió en estampida, conejo perseguido por lobos fantasmales. Como alimaña virginal que a su vez persigue águilas enormes y puntiagudas.

Se perdió en la arboleda. Va hacia el bosque a través de frondosos almácigos y escuálidos eucaliptos, que en la noche brillan barnizados por las incandescencias de allá arriba.

 

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