Volar es suceso tan despiadadamente arriesgado

y emocionante, que me lacera no tener alas.

Resulta atroz, a mitad de vida, comprender que nunca

voy a poseer alas ni a sobrevolar techumbres

de mi pueblo. Ni posarme en lo alto de su campanario.

Injusto, caprichoso. Una evolución sin alicientes,

sin acicates, que discrimina profundo al ser humano.

Es vergüenza. Con tanto libro en el librero

y más de un título de licenciado colgado a la pared,

no lograr nada en este apartado, ni el desdichado

revoloteo hasta el tejado más miserable del barrio.

¿No alcanzaré a batir alas jamás, ni para navegar

hasta la rama más bajita y pelada?

Y por otros motivos, ¿deberé conformarme siempre

con el maldito aeropuerto y los aviones?

Ni miel atino a beber en directo de la flor, aunque

sí del frasco, pero con la estúpida cuchara en la mano. 

Ni picar frutas que no sean del frutero. Ni oler rosa viva,

sino las mismas del pintoresco florero de abuela.

Desearía contemplar la patria desde el aire,

fotografiar abuelos, padres, hermanos, amigos, novias,

esposas, hijos, suegros, nietos, vecinos, y filmar

un gran documental con toda esa célebre pandilla.

Mi pueblito está llenísimo de montañas. Pero nunca

podré subirlas ni bajarlas con las alas puestas.

Otro sueño imposible de mi estirpe: espiar océano 

desde el aire, contemplar rizados de olas y purezas

del agua. Luego caer triunfal y ejercitar una y otra vez

el espectacular chapuzón de los pelícanos.

Contemplo cada día y cada atardecer el paisaje

en movimiento de las aves: gorriones, perdices,

vencejos, golondrinas. Pero ellas, si alguna vez miran,

solo verán a un hombre callado que mira al cielo

Dioses o evolución nos privaron del ala.

Aunque no dejo de ser optimista en otros empeños,

en consecuencia hoy solo atino,

como siempre,

a desplazarme muy silencioso y pegado al suelo.

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Guest
Marcelo
April 1, 2019 2:26 pm

Belleza de poema.