En su corazón no se cierran ya aquellas
alas de antaño. Su cuerpo es mayor,
más sólido. Los restos del naufragio
chorrean famas. Los torsos andan ansiosos
de abrazar. Los gorriones, pese a la pretendida
ferocidad de las mandíbulas, tejen nidos
de almácigo en su boca.
Se sueñan antídotos contra la torpeza infinita
de burócratas y clérigos. Fonógrafo avisado no
crea teleaudiencia: piensa en primera instancia.
La virtud descansa repleta de tentaciones. Pa
ra bien comprender, necesito anticuarme
la mirada. Indispensable la integridad de reír
grande con boca chiquita. La desdicha contri-
buye a la tristeza. Tristezas a la calvicie. Calvi-
cies al sombrero. El sombrero a la desdicha.
Suben precipitadas humedades de aserrío.
¿Para qué esta criatura rasante necesita cora-
zón de ave? Pronto no existiré yo nI
mis ojos de sollozar. Fui expulsado de la pacien-
cia, arrojado de esos pastizales. Conservo gave-
tas llenas de migas de la infancia. Para bien com-
prender, necesito actualizarme la sonrisa. Espejo
oficial refleja solo durante las efemérides.
¿Que nos otorguen abrigos póstumos? No in-
sista en mirarse. ¿Que las cualidades
las inscriban en las lápidas? No insista, en días
de fiesta, contemplarse la fachada.
¿A quién perdonar: al cadáver? Perdónenme
en vida, mientras subo de la calle a la acera o
por las escaleras del 5to piso. Perdónenme al
sol o cuando hasta la cintura en las agua
de mis playas. Yo perdoné antes de pensar in-
cluso el perdón. Solo no perdono no haber
perdonado antes. En otro párrafo: no siempre
las erecciones están referidas al sexo. Vuelo
constreñido crea rebeliones. Ángeles son acti-
vistas del cielo. Son maquetas de papel, borra-
dores de nuevas emociones. Puse manos de-
bajo de los pájaros.
Al parroquiano le importa el vino, al náufrago
el tonel. El fonógrafo reparte mezquindades o
caramelos. No tengo boca para perseguir:
si alguien desea ser engullido que busque
mi lengua. Medallas, condecoraciones, órde-
nes, distinciones, olvidos: los reparten juntos.
A algunos les sobra con la ceguera de su sabi-
duría. Volar lleva implícito los abismos.
Del torso para afuera también resultan posibles
las estocadas. No amarro a esas servidumbres
ninguna otra cuerda de violín. Los trenes
de esta Era se usan para los retrasos. Senta-
remos el fondillo, utopía de las buenas,
en mansos asientos y será la reinvención
del paisaje de las ventanillas
¿Regresamos o continuamos marchando
hacia donde no hemos llegado nunca? ¿So-
mos expansión o rapaces que todavía sueñan
con acariciar bordes? Las utopías no mueren
de desengaños. Cada generación reverdece
quimeras. Yo ni me dejo expatriar y reestreno
utopías todos los domingos.
Comienza a usarse el sistema
de canonizar la víctima antes del incendio.
Intento de neutralizar rebeldías pasadas. Se
regresa de la sangre al tuétano, del calcio
a la tierra, pasando por el sol de la mañana. La
humedad en los pulmones es como serrucho
en el bosque. Tercos plumajes se interponen.
Los torsos andan ansiosos de abrazar. La ora-
ción queda pendiente, el aire nos despeina.
Inscriben mis huellas dactilares en la lista
de desconocidos. Pasan edades, los dientes
más perfectos. Los espejos son instantáneos
y olvidadizos. De tanto parecerme
a todos, en realidad no soy igual a nadie.
La asociación me especializa o individualiza.
Pasan vientos nocturnos y arrasan
nubes de la tarde. Restauro melodías, hoy,
en lengua torpe, en inconclusas oraciones.
¿En qué resplandor de fuego arderá esta ma-
dera embotellada que arrojamos al mar?