De Carteles en las paredes
Ilustración: Félix Guerra
Se comenzó al amanecer,
con los primeros gallos. Astro giraba
en la noche diminuta. No se llegaba a Uno,
que contorsionaba en el umbral. Hasta que Uno
fue Uno al fin. El individuo,
el grano triunfal
de la especie, el que despierta
por su cuenta aunque duerma
en muchedumbre. La mansión subterránea
subió al árbol.
Todo es siempre a partir de Uno. Pero Uno as-
pira a Dos, número mágico, antípoda y unidad:
ya se suma, resta,
se divide
y multiplica sobre todo. Uno y Uno
es igual a Dos y casi siempre a Tres.
A Tres, dice
la canción y en cada lecho viviente
se repiten las melodías. Lluvia caía fuera
del tiempo: ni en marzo ni en enero próximo.
Tres huele a ternura, es mínimo
e indefenso y en sus labios están Uno y Dos
como mezclados. Residencia
en la tierra la formaliza el sol: ahora
ya la luz no se niega a las estaciones.
Estancias la procura el agua.
Permanencia la gestiona
el fruto.
Cuatro resulta una cantidad inverosímil, difícil
de retener, innecesaria. El recién llegado aso-
ma por entre el follaje y
se acerca a un territorio junto al fuego.
Fue preciso dividir para otro: porción igual
para quien trajo manos llenas y
es diestro con el arco. Arenas relucientes
acompañaban el manjar. En la hoguera crepita
el oído musical.
Con Cinco sobrevinieron disputas
y aguaceros. Amanecían novedosas
antiquísimas mañanas. Y sucedió
lo imprevisto: no siempre al-guien encontró a al-
guien
a la hora de otearse y se intuyó
el concepto Nadie. Fue la asimetría comproba-
da, la ironía en ciernes, razón inicial para aspi-
rar a un mundo más justo y perfecto.
Seis fue un breve estadio armonioso. Un hilo
de cocina
colgaba en la penumbra.
En las charlas y trasiegos echó raíz
necesidad de clan y líder. Juntos debían remon-
tar oscuridades y erizadas cordilleras. Mínima
edad de oro inmemorial, porque
se aprendió a unir manos,
a levantarlas al cielo
y a hundirlas en la tierra. De tal cadencia nació
Siete. Flamante forastero se presentó
una noche estival, en medio de dolores íntimos
del clan y bramidos furiosos
de allá afuera: desde el inicio
reclamó un trozo
de penumbra y otro de fuego.
Camino de pronto torció hacia la aldea. La hu-
manidad creciendo complicaba
los senderos. Ocho llegó a solucionar conflictos
y crear hacinamientos. Ganado se agita
en el establo. Encima flota una pestaña,
en la pestaña el sistema solar, alrededor del sol
un planeta, en el planeta nosotros y
en nosotros el ocho:
Ocho es todo y algo más y en su conciencia
flota el universo. Valle y río,
con su brisa dorada y vespertina, ayudó
a reponer fuerzas y fatigas.
Nadie pudo solazarse admirando
a Ocho ni tratando de entenderlo,
pues casi enseguida sobrevino
la novedad, Nueve. Y humanidad osciló
una vez más
en el rudo equilibrio de los nones.