Quien hace el vuelo vertical desde Alaska hasta la Patagonia, atraviesa una distancia similar a la que separa a Cuba de la India o el Caribe de cualquier punto geográfico de Mongolia. Tales periplos migratorios, de Norte a Sur y luego de Sur a Norte, los emprenden cada año más de la mitad de las aves que residen en el continente americano.
¿Por qué emigran las aves? Aunque el enigma permanece y deja espacios vacíos a la fantasía y conjeturas, la ciencia produjo ciertas teorías explicativas.
Algunos afirman que las aves americanas son nativas del Sur y se desplazaron al Norte al aumentar sus poblaciones y las competencias por hábitats y alimentos. El lado opuesto dice que la rama natal es el Norte, pero que las glaciaciones obligaron a bajar, buscando climas más benignos y propicios a la reproducción.
Tal vez ambas teorías se complementan, sugieren otros. Y ello implicaría una doble trashumancia que redunda favorablemente en biodiversidad. Los inmemoriales y hereditarios patrones migratorios de las aves, no obstante, pueden ser modificados por la intromisión humana: deforestación, invasión de sus rutas migratorias, cambios climáticos abruptos, destrucción del paisaje.
Más reciente es la teoría que sostiene que la migración tiene un origen propio para cada especie. Entre los factores desencadenantes se incluyen además el fotoperíodo o período luminoso diario para cada estación del año. En otoño, la reducción del día, según hipótesis, produce cambios hormonales que ponen en movimiento a algunas aves. El llamado a criar en otras tierras, por distantes que sean, resulta al parecer irresistible.
Con la presencia de esa teoría, escasez de alimentos y cambios climáticos, parecen entonces con mayor vigencia para razonar por qué cientos o cientos de miles de aves se encaminan cada año por rutas aéreas hacia una latitud que dista 500, mil ó hasta 100 mil kilómetros, en el otro extremo del planeta y el continente.
Aunque las golondrinas son el símbolo supremo de la migración, una buena parte de las aves, entre las casi nueve mil descritas a nivel mundial, cruzan repetidamente sobre nuestras cabezas, de ida y vuelta, siguiendo instintos remotos y todavía no del todo esclarecidos por la ciencia.
¿Por qué emigran las aves? La simple fascinación de viajar y ver mundos desde las alturas, pudiera ser una primera y poética respuesta. Aunque es posible que el impulso obedezca a muy específicos afanes de supervivencia. Marchar hacia el verano es esquivar los rigores del invierno. La permuta de territorios, abre puertas a hábitats nuevos, mayores posibilidades de fabricar nidos, hallar el alimento y renovar a tiempo el paisaje para la aventura del amor. También el recién nacido entrevé más opciones de llenar el buche y ser defendido con éxito de sus enemigos.
El ave vuela y vuela siempre. Lo más lógico parecería ser que emigre, y eso esclarecería quizás la dispersión y cantidad de especies aladas, la mayor entre los vertebrados, con excepción de los peces. Una nación común invisible, con una abigarrada parentela infinita. La gran patria del ave está en el aire, pero allí se debe sostener a pura ala y al precio de numerosas paciencias y grandes inversiones de energía.