Plumas en el sombrero

Un garza real vi en mi vida. Y no creo que se repita el episodio. Recorría la cayería al norte de Cuba: los Jardines del Rey. La pequeña lancha, con su tripulación, avanzaba sinuosa y lenta. Bordeaba la orilla, en tanto ponía proa hacia cayos remotos habitados por una muy variada fauna.

Volando rasante avistamos bandadas de corúas, que buscaban desayunos sobre las aguas.  A lo lejos, aquí y allá, pequeños grupos de flamencos, nunca más de seis o siete, al parecer en sus comederos o ejer­ciendo algo de su autonomía y libertad individual lejos de la colonia.

Pegados al mangle, garcilotes gris azulados, que los binoculares ponían ilusoriamente al alcance de las manos. Paseaban el agua en sus zancos, siempre atentos, en busca de algún suculento bocadillo.

Entonces, ante el estupor general, del verde intenso de la vegetación emergió un ave impoluta, blanca como cal o  nube de verano, con un vuelo a la vez etéreo y majestuoso, que aleteó con el pecho vuelto hacia el barco, giró al norte y se perdió  de vista.

La seguí hasta el horizonte. Conservo en la memoria la secuencia del vuelo, desde la irrupción imprevista hasta que fue una mancha blanca esfumándose en la claridad del cielo. Cada tramo de su aletear, maravilla de la aeronáutica originaria,  es un recuerdo precioso.

Todo el  grupo a bordo se relamió con la idea de obser­var y fotografiar a una colonia de Egretta thula, la zancuda más hermosa  de la familia Ardeidae, que en el archipiélago cubano también está representada por otras vistosas especies, hasta 12 de ellas, como el bello garzón blanco, el guanabá real y la garza de vientre blanco.

La mañana transcurrió sin que pudiésemos entrever nada semejante a aquel sueño colectivo.  Al mediodía ya no quedaron esperanzas. El motor de la lancha roncó fuerte y nos alejamos en dirección noroeste.

EN LOS PANTANOS

La Egretta thula es oriunda de Norte y Centroamérica. Gracias a su cosmopolitismo visita las Antillas Mayores y en menor grado, las pequeñas islas, donde abun­dan lagunas y pantanos que constituyen sus hábitats predi­lectos.  Su costumbre es vadear las márgenes, con el agua a mitad de sus largas patas: entonces  ensarta a casi cualquier cosa viva que se mueva en las cercanías.

La dieta del ave es muy amplia: incluye anfibios, crustáceos, reptiles, arácnidos e insectos. La blancura y aparente fragilidad del ave no se resiente, por cierto, con la tosquedad de sus alimentos. Culebra o rana son platillos deliciosos que le blanquean el ala y le adelgazan las patas.

En primavera, luego del apareamiento, la garza real construye nido, preferentemente sobre el mangle, donde encuentra lo imprescin­dible para la supervivencia: alimento, sombra,  seguridad, intimidad y com­pañía de congéneres.

Ovoposita entre dos y tres huevos azul-verdosos. Luego del alumbramiento, el pichón recibe atención y alimentos en la propia puerta del nido. Los sentimientos maternales de la garza blanca se comparan al de otras aves verdaderamente cuidadosas de su prole.

Las especies de la familia Ardeidae presentan escaso dimor­fismo sexual, que es el caso de la Egretta thula. Significa que macho y hembra son muy similares en peso, tamaño y aspecto. Lo que también quiere decir que ambos se alternan en el cuidado de huevos y pichones.

La garza real se  conoce también como garza de rizos y garza blanca. En edad adulta llega a medir hasta 70 centímetros de longitud.

Además del blanco plumaje, el pico es negro y amarillo en la base y las patas negruzcas con los dedos amarillos brillantes.

La Egretta tiene peines en las uñas, a semejanza de lechuzas y quere­quetés. Le sirven para ordenar el plumaje, lim­piarlo y remover parásitos que encuentran ha­bitación en su cuerpo. De ahí su talante, siempre limpia, siempre blanca y perfumada, siempre con una estilizada y grácil apariencia y vuelo.

HISTORIA DEL SOMBRERO

Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, una moda de sombreros,  colmo de la elegancia, colocó a la garza real al borde de la extinción.

En el apogeo de esa vanidad, que consistía en llevar plu­mas recurvas de garza en el sombrero, la onza de pluma Egretta  llegó a costar hasta 32 dólares, precio superior entonces al del oro. La vanidad y la especulación impulsaron esos precios en el mercado de la suntuosidad y la moda.

Tales plumas eran parte del vestuario de cortejo y anidamiento del ave, por lo cual debía ser cazada viva cuando empollaba huevos y a su manera soñaba con una pequeña camada de sucesores.

El escenario de esas cacerías fueron pantanos y lagunas de la Florida, donde millares de garzas entre­garon vidas al placer de señoras y señoritas de la época, que creían aumentar irresistiblemente sus encantos con un par de plumas llegadas del pantano.

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