Cada año, el pingüino Emperador recorre cientos de kilómetros de invierno y adversidades en el continente remoto e inhóspito, la agreste Antártica, que permanece tan fría como lo que es: un témpano de hielo macizo.
Las temperaturas, que bajan más allá de los 40 grados, llega incluso a los 70 bajo cero: es lo más aterrador del trayecto y la estadía.
Según datos de las revistas Paris Match y la National Geographic, los vientos, en ocasiones de 200 kilómetros por hora, sobre el hielo dan una sensación de frío equivalente a los menos 180 grados. Muy pocas especies de animales se adaptan a la región que circunda el Polo Sur, que de paso alberga alrededor del 80 por ciento del agua dulce, aunque congelada, del planeta.
El único huevo que depositan las hembras pesa alrededor de 440 gramos, poco menos de una libra. Será el padre el encargado de incubarlo en su cuerpo. Soportará en estas condiciones ráfagas de vientos y ventiscas impetuosas que no lograrán menoscabar su carácter. Ellos resisten obstinadamente en el sitio donde incuba al pequeño, contra todo emplazamiento de la naturaleza y el destino.
Un por ciento reducido de los huevos de la multitud de emperadores llegan a término y de ahí emerge un hermoso polluelo de plumas grises, semejante al peluche. No adquiere autonomía hasta pasados varios meses. En ese tiempo el pequeño depende única y constantemente de los padres. Dos minutos de exposición del huevo al frío, serían suficientes para el fallecimiento por congelación.
Una semana después de conseguir la autonomía, menos del 50 por ciento de las crías habrá sobrevivido. La desnutrición es otro enemigo: casi imposible conseguir alimentos adicionales en tales deshabitados parajes. De ahí el fatigoso y crucial peregrinaje de los padres, una y otra vez, hacia los mares de costumbre.
Los pingüinos, del orden de los Sphenisciformes y de la familia Spheniscidae, por su tenencia de plumas entre otras muchas características, son aves marinas. La mayoría pesca en el líquido de los océanos del hemisferio Sur. Sus cuerpos evolucionaron para adaptarse al severo ambiente al que pertenecen. Las alas devenidas aletas, son ajenas a otros malabares pero ideales para el agua, donde se comportan como reyes excéntricos del buceo.
Los pingüinos en general tienen huesos compactos, sin cavidades, para que pesen más y los ayuden a mantenerse sumergidos, contrastando con la grasa de la piel que los hace flotar. Sus picos son largos, especializados en capturar presas marinas y defenderse de agresores.
En la tierra o sobre hielo compacto, no solo caminan sino que incluso corren, aunque siempre con bamboleos y presurosa calma. También se tumban sobre el cuerpo y deslizan sobre la nieve como trineos. Al nadar o esquiar se propulsan con ayuda de las aletas.
Forman grandes colonias y específicamente el Emperador cría durante el invierno austral, incubando el huevo entre sus protectoras patas y el cálido plumaje que proporciona un calor equivalente a 36 grados Celsius.
Existen de 16 a 18 especies de pingüinos, según el criterio de especialistas, aunque los científicos reconocen en el pasado la extinción de alrededor de unas 30 especies.
El Emperador es el más grande de los pingüinos y se dice que el más hermoso. Es el único con un ciclo reproductivo de tal complejidad.
Solamente el Emperador y pingüino Adelia están restringidos al continente Antártico. El resto de las especies son subantárticos.
El pingüino Emperador científicamente denominado: Aptenodytes forsteri, alcanza 1,40 metros de estatura y pesa alrededor de 30 kilogramos, llegando en ocasiones hasta los 40. En el período de reproducción e incubación del huevo, pierde de la tercera parte a la mitad del peso por falta de alimento y el exceso de energía que emplea en la aventura.
Presenta a ambos lados del cuello una manta color oro anaranjado que se degrada hacia abajo. Se sumerge más profundo que cualquier otro pingüino, hasta unos 550 metros abisales. Resiste además una apnea de 22 minutos y es el único capaz de reproducirse en el frío más cruento del planeta Tierra.
Luc Jacquet, director de origen francés, en pleno debut, llevó hasta el celuloide tan noble leyenda. Con ello marcó un hito en la historia del cine.
La historia comenzó con un anuncio de trabajo que decía así: “Biólogo investigador sin miedo a nada, listo para embarcarse catorce meses hasta el fin del mundo” .
El aviso dio inicio a la aventura sin precedentes, donde el biólogo pero no realizador de cine, se fletó en esta empresa durante varios años, hasta conseguir lo que hoy conocemos como La marcha del Emperador.
Pueblo maldito en lugar remoto, así concibe Jacquet el lugar en el que permaneció durante catorce meses con otras cuatro personas para lograr inauditas escenas y atravesar de principio a fin el riesgoso y solitario ciclo de vida de los majestuosos emperadores del hielo.
De estos animales se desconoce casi todo, razón que los convierte en pueblo maldito a los ojos del director: ¿por qué atroz contingencia tienen que pagar tan alto precio para reproducirse?
En años muy crudos, muere el 80 por ciento de la crías. No se excluye nunca la penitencia de la marcha en plenas tormentas invernales, las más recias del planeta. Cualquier sacrificio es necesario para alcanzar un lugar estable y frío donde depositar el único huevo de cada pareja.
A continuación inician viajes borrascosos entre la colonia donde abandonan temporalmente la familia, para viajar una y otra vez a los prodigios alimentarios del mar. Un abandono tras otro para simultanear el instinto de reproducirse y el de llenar la tripa familiar.
En el extenso continente helado solo existen unos 40 sitios donde se congregan emperadores para el apareamiento. Y cada una de estas locaciones está necesariamente lejos de los océanos. El mar de la Antártica es para el pingüino su frontera legal y obligada. Luego de esas aguas nada existe: allí finiquita la existencia del mundo.
Al cabo de un año y 120 horas de películas, Luc Jacquet abandonó la Antártica para reponerse. Y regaló este filme de 80 minutos que estremeció al mundo.
Fue producida, entre otros, por la National Geographic. Con guión de Michel Fessler. La fotografía es un regalo especial de Laurent Chalet y Jérôme Maison, quienes establecieron fuerte compromiso con el entorno para lograr la excelencia de la fotografía. La música encantadora és de Emilie Simon.
La marcha del Emperador fue clasificada como la película francesa más taquillera de todos los tiempos. Destronó a “El quinto elemento” y a la célebre “Amélie”.